Erase una vez, un lobo flaco y hambriento, se encontró casualmente con un perro gordo y bien cuidado. Después de saludarse mutuamente preguntó el lobo al perro, cómo era que estaba tan gordo y lúcido, cuando él que era más fuerte y valiente se moría de hambre:
— El perro, le dijo, sirvo a un amo que me cuida mucho. Me trae pan sin pedirlo, mi señor desde su mesa me alarga los huesos, y la familia me arroja sus mendrugos, y así sin fatiga lleno la panza.
— Seguramente que eres muy feliz, le dijo el lobo, pues no recuerdo haber visto nunca un animal tan dichoso.
El perro viendo que al lobo le apetecía su suerte, le respondió:
— Si quieres puedes lograr la misma fortuna sirviendo a mi amo como yo le sirvo.
— ¿En qué? –replicó el lobo.
— En ser guarda de la puerta –dijo el perro-, y defender la casa de los ladrones por la noche.
— Me convengo a ello, respondió el lobo, pues ahora ando expuesto a las nieves y lluvias, pasando una vida trabajosa en los caminos. ¿Cuenta más, cuéntame como vivir a sombra de tejado, y hartarme de comida sin tener que hacer?
— Pues vente conmigo, dijo entonces el perro.
Pero mientras caminaban, reparó el lobo que el cuello del perro estaba pelado del roce de la cadena, y le dijo:
— ¿De qué es esto, amigo?, dime la verdad.
— No es nada, respondió el perro, como saben que soy travieso, me atan por el día para que descanse y vele cuando llegue la noche; pero me sueltan al anochecer, y ando entonces por donde se me antoja.
— Bien –dijo el lobo-, ¿pero si quieres irte de la casa, te dan licencia?
— Eso no, respondió el perro.
— Pues si no eres libre, replicó el lobo, disfruta tú esos bienes, que tanto alabas, que yo no los quiero si he de sacrificar para ello mi libertad.
un perro lobo, hacia el camino de hogar.
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