De modo que ahora vamos a meditar juntos, no
deliberadamente, porque no existe la meditación deliberada. Es como dejar la
ventana abierta y el aire llega cuando quiere -cualquier cosa que el aire
traiga, sea como fuere la brisa-. Pero si esperan que las brisas lleguen porque
han abierto la ventana, éstas jamás llegarán. La ventana tiene que ser abierta
por amor, por afecto, desde la libertad, no porque uno desee algo. Y ese es el
estado de belleza, es el estado de la mente que ve y no exige nada.
Estar atentos implica un estado extraordinario de
la mente estar atentos a cuanto les rodea, a los árboles, al pájaro que canta,
al Sol que está detrás de ustedes; estar atentos a los rostros, a las sonrisas;
estar atentos a la suciedad del camino, a la belleza de la tierra, a la palmera
contra el cielo rojo del crepúsculo, a la onda sobre el agua, simplemente estar
atentos, sin preferencia alguna. Por favor, háganlo mientras prosiguen con
esto. Escuchen a estos pájaros, sin nombrarlos, no reconozcan la especie, sólo
escuchen el sonido. Escuchen los movimientos del propio pensar, no los
controlen, no los moldeen, no digan: "Esto es bueno, eso es malo".
Simplemente, muévanse con ello.
Eso es la percepción alerta, en la que no hay
opción ni condena ni juicio ni comparación o interpretación; sólo observación
pura. Eso hace que la mente sea altamente sensible. En el momento en que
nombran, han retrocedido y la mente se embota, porque eso es lo que acostumbra
hacer.
En ese estado de percepción alerta hay atención,
no control ni concentración. Hay atención. O sea, escuchan a los pájaros, ven
la puesta de sol, contemplan la quietud de los árboles, oyen pasar los
automóviles, oyen a quien les habla; y están atentos al significado de las
palabras, a sus propios pensamientos y sentimientos y al movimiento de esa
atención.
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