Os voy a contar la historia de un
amigo muy cercano. En una ocasión, aunque este amigo había vivido con gran
intensidad y gozo, dudó de su camino. Quizás le dolían los señalamientos
injustos o la envidia de otros o las acusaciones egoísta, pero aquel día más
que otros los pensamientos le abrumaron. Quizás debía irse, partir, dejar lo
que tenía en manos de otros, repartir lo cosechado, quizás llegar a una vida
diferente, tomarse un tiempo de reflexión sobre el presente y el futuro.
Puso unas cuantas cosas en la mochila
y subió a la cima de una montaña. En el punto más alto giró la mirada para
quizás echar un último vistazo a su ciudad.
Atardecía y el poblado se miraba
hermoso, cuando de pronto una voz le dijo: “Por un euro te alquilo estos
prismáticos”
Era la voz de un viejo que le ofrecía
unos prismáticos. Sacó un euro del bolsillo, se lo dio al viejo y éste se los
dio. Después de un rato mirando, consiguió ver su barrio y algo le llamó la
atención: Un punto dorado brillaba intensamente. Separó los ojos y parpadeó
algunas veces, y volvió a mirar pero el punto dorado seguía.
- ¡Qué raro!- exclamó- hay un punto
brillante.
El anciano le dijo: - Son huellas
- ¿Qué huellas?- le contestó
- ¿Te acuerdas de aquel día? Debías
tener unos ocho años. Tu mejor amigo de la infancia lloraba desconsolado en el
patio. Su madre le había dado dinero para comprar un lápiz y lo había perdido
antes de comprarlo. ¿Recuerdas lo que hiciste? Tenías un lápiz nuevo, te
arrimaste a una columna y lo rompiste en dos partes. Le sacaste punta y le
diste el lápiz a tu amigo.
- No me acordaba, ¿pero eso qué tiene
que ver con el punto brillante?
- Tu amigo nunca olvidó ese gesto, ese
recuerdo se volvió importante en su vida.
Hay acciones en la vida de uno que
dejan huella en la vida de otros. Las que contribuyen al desarrollo de los
demás, quedan marcadas como huellas doradas.
Volvió a mirar por los prismáticos y
empezó a ver otras huellas doradas. “Esa es de cuando hiciste aquel gesto por
tu hermano, y aquella de cuando serviste al otro y esa del amor en tu mirada de
compasión”, le decía el viejo según iba descubriendo nuevas huellas doradas.
Había infinidad de ellas, cada vez más. Apartó la vista de los prismáticos y
sin necesidad de ellos, empezó a ver como miles de puntos dorados aparecían por
toda la ciudad.
Tomó su mochila, devolvió los
prismáticos al anciano y buscó el camino de vuelta a casa.
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